Por Yuleidys González Estrada
Tantas veces me mataron
Tantas veces me morí
Sin embargo estoy aquí resucitando
Gracias doy a la desgracia y a la mano con puñal
Porque me mató tan mal
Y seguí cantando
María Elena Walsh
En estos tiempos, la palabra resiliencia aparece con fuerza en el discurso cotidiano. En medios de comunicación, escuelas y espacios diversos nos convocan a sobreponernos, a apelar a nuestros múltiples recursos y salir adelante; en fin, a ser resilientes. Es muy válido considerar los recursos culturales que nos han posibilitado la resiliencia; pero, sobre todo, ubicar la re-existencia como meta.
Primeramente, construyo este texto desde un lugar de enunciación matizado por mi condición de mujer negra, joven, académica, feminista y marxista. Esto me permite entender la cultura en su acepción más amplia; esa que incluye todos los procesos de producción y reproducción del sistema de valores (espirituales y materiales), prácticas, saberes, sentires, tradiciones, símbolos y significados de una sociedad. Es decir, reconocerla en todas las esferas de la realidad. De ahí que, al hablar de los elementos culturales que nos han permitido la resiliencia, me estaré refiriendo a cuestiones de índole artística, económica, política, ética e histórica que conforman la totalidad social que habitamos.
Antes de dialogar sobre la cultura y la resiliencia y, a sabiendas de que esta última consiste en esa capacidad que tenemos para superar las crisis, sobreponernos y salir adelante, vale preguntarse: ¿contra qué hemos tenido que activar esos mecanismos? ¿Por qué hemos tenido que ser resilientes en tiempos de Covid-19?
La respuesta sencilla sería que somos resilientes ante la Covid-19, pero esa es solo la apariencia. Sabemos que la enfermedad posee una alta capacidad de contagio y su letalidad es muy alta. No obstante, ella por sí sola no ha puesto en crisis al planeta. Detrás de la pandemia están profundas causas vinculadas con la esencia discriminatoria de la hegemonía patriarcal-imperialista, que tiene su filosofía de vida en el despojo, la dominación y la deshumanización de las personas diversas.
La pandemia –condición que ha alcanzado la Covid- 19 en gran medida gracias a los mecanismos de gestión económica y política que convierte a mujeres, niñas, niños y personas de la tercera edad en grupos “vulnerables”–, ha venido a develar la insostenibilidad de la existencia bajo los patrones y las prácticas culturales signadas por ese sistema patriarcal que nos desprecia. Ha visibilizado, tal vez como nunca antes, las desigualdades y las múltiples limitaciones que tenemos a nivel global para hacerle frente. A saber:
Trasnacionales monoproductoras que arrebatan a los pueblos las mejores tierras y limitan la producción de alimentos a una escala familiar, comunitaria, que posibilite la soberanía alimentaria.
Medidas de salud homogéneas para personas diversas que viven la pandemia bajo esa misma diversidad de dominaciones y discriminaciones.
El circulo vicioso del consumismo; no del consumismo de cosas, sino de lo que estas representan.
La mercantilización del arte; de un arte que no siempre reproduce los valores universales, sino la sexualización de los cuerpos, el desprecio por lo autóctono, la exacerbación del espectáculo y un largo etcétera.
En medio de esta crisis epidemiológica y cultural, han sido muchas las vías empleadas para sobrevivir, sobreponernos y avanzar; alternativas que han sido recuperadas de nuestro acervo cultural universal.
En Cuba, cuando hablamos de ese acervo que nos ha permitido la resiliencia, no puede dejar de mencionarse la intencionalidad política del gobierno cubano, que tiene en sus fundamentos toda una tradición ético-política sustentada en los valores de equidad y justicia social que, durante más de medio siglo, ha sido práctica viva en la isla.
A esto hay que añadir los aprendizajes, las estrategias familiares, comunitarias y nacionales que hemos construido en estos 60 años de enfrentamiento al genocida bloqueo estadounidense, que nos obliga a reinventarnos constantemente.
Por otra parte, la crisis nos alcanzó con una sociedad civil organizada a todos los niveles, lo que ha propiciado una mayor incidencia en la atención a grupos vulnerables en las comunidades. En ella no solo se encuentran organizaciones como los Comités de Defensa de la Revolución, la Federación de Mujeres Cubabas y otras, sino también los proyectos socioculturales, redes feministas y eclesiales que han estado acompañando a la población, especialmente a las personas de la tercera edad.
También es importante mencionar la articulación que se ha venido dando entre cientistas de diferentes ramas, ministerios e instituciones, no solo como parte de la intencionalidad política del gobierno, sino debido también a la larga tradición de solidaridad del pueblo cubano y a los principios éticos que sostenemos.
En esencia, lo que quiero significar es que nuestro acervo cultural de más de cinco siglos de resistencia a la dominación colonial, patriarcal-imperialista, nos proporcionó los insumos necesarios para no rendirnos, nos ha permitido mantener controlado el número de contagios y fallecimientos, garantizar los derechos laborales evitando los despidos masivos y los recursos mínimos indispensables para la subsistencia a toda la ciudadanía. Ello, indiscutiblemente, no es la realidad de otros países, incluso de aquellos con mayores recursos económicos, naturales y tecnológicos.
Pese a estos resultados, muestra de nuestra resiliencia, aún son múltiples los desafíos. Si bien es cierto que nuestro gobierno ha tomado medidas para garantizar la vida y la salud de todas las personas, esta pandemia ha mostrado con suma nitidez la necesidad de dar un paso más allá de la resiliencia y colocar la re-existencia como objetivo. Esto requiere el análisis crítico de nuestro acervo cultural y la deconstrucción de los patrones patriarcales que aún rigen nuestra sociedad.
Necesitamos crear alternativas comunitarias, territoriales y nacionales que nos permitan solucionar problemáticas que solo se han exacerbado en el marco de la pandemia. Entre ellas, el reconocimiento del carácter político de lo privado, de los aportes de los trabajos de cuidados realizados fundamentalmente por mujeres; así como el fortalecimiento de las acciones para eliminar de una vez y para siempre flagelos como el racismo, la heteronormatividad y otros demonios.
Esto requiere una profundización de la revolución cultural que inició en 1959 y que, indiscutiblemente, es la parte más difícil y larga del proceso porque implica la transformación de la subjetividad, la creación de un universo simbólico que rompa radicalmente con más de cinco siglos de cultura patriarcal.
Como dijera el maestro José Martí en ese ensayo hermoso y potente que escribiera para los pueblos de nuestro continente, “el problema de la independencia: no era el cambio de formas, sino el cambio de espíritu”. Esa es la re-existencia que estamos llamadas a construir.