Denise Ocampo intercambia con las participantes en el taller durante una de las sesiones de trabajo.
Denise Ocampo intercambia con las participantes en el taller durante una de las sesiones de trabajo.

Denise Ocampo lleva varios años trabajando con niñas y niños. Aunque se graduó de Lengua Inglesa, casi desde que comenzó a trabajar se reorientó a los estudios lingüísticos, en particular al análisis del discurso en español. En ese camino, su maestría y su doctorado en Ciencias Lingüísticas se enfocaron en temas de análisis del discurso de la narrativa cubana para niños y jóvenes, primero sobre la obra del escritor cubano Onelio Jorge Cardoso, y luego sobre literatura acerca de problemas sociales y, en especial, la carencia material y la desigualdad social.

No es extraño, entonces, que esta inquieta profesional e investigadora auxiliar del Instituto de Literatura y Lingüística del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente tenga siempre entre manos alguna idea o proyecto que vincule infancia y lectura, como el taller “Vidas en construcción”, que desarrolló con niñas de 5to grado de la escuela primaria Ejército Rebelde, en el municipio Plaza de la Revolución, con el deseo de sentar bases para el empoderamiento femenino desde la infancia. Hasta allí fue Denise una vez a la semana, en sesión de hora y media, entre de septiembre y diciembre de 2019.

El reciclaje ayudó a trabajar en la conciencia de que reutilizar materiales reduce los gastos y contribuye a la ecología. También aportó sostenibilidad al proyecto.

¿Para qué desarrollaste este proyecto en particular?

Disfruto mucho enrolarme en talleres y clubes de lectura que no tienen un tema específico ni objetivos educativos más allá del fomento lector en su sentido amplio, pero en este caso me propuse algo diferente.

Me planteé objetivos como fomentar el conocimiento e identificación de fenómenos asociados a la construcción de género, como los estereotipos, la inequidad y la equidad, o los diversos tipos de violencia, por ejemplo.

También me interesaba construir y promover nociones de éxito a partir de los valores y conceptos de responsabilidad, independencia, defensa de los derechos, solidaridad, resiliencia, liderazgo, autonomía, etc.

Todo esto a partir de la lectura y la expresión escrita y gráfica, en torno a niñas y mujeres que pueden ser modelos positivos para otras personas, por su papel a nivel nacional o internacional, pero también en los entornos familiar, laboral o comunitario.

El taller “Vidas en construcción” se realizó con niñas de 5to grado de la escuela primaria Ejército Rebelde, en el municipio Plaza de la Revolución, en la capital cubana.

¿Cómo surge la idea, qué te inspiró?

Hace unos años llegó a mí una breve biografía de Frida Kahlo, el primer libro de la colección Antiprincesas, de la editorial argentina Chirimbote, que luego coeditó tres de sus libros en Cuba con el Centro Memorial Martin Luther King: el de Frida, uno sobre Juana Azurduy y otro sobre Violeta Parra. Son libros que, desde una perspectiva textual y gráfica muy desenfadada, muestran biografías de mujeres latinoamericanas que de una u otra manera han roto esquemas de la sociedad patriarcal.

Desde entonces –también impulsada por mi colega Celia Medina, igualmente interesada en los materiales comunicativos de esta índole– me he mantenido al tanto de ese tipo de libros, que es ya una tendencia fuerte en la producción editorial latinoamericana y en algunos países del resto del mundo.

Sin embargo, siempre me he preguntado hasta qué punto llegan esos libros a las niñas y niños, sin otra mediación de lectura. La producción editorial y la compra de libros no garantiza la lectura y, en general, la sociedad tiende a dejar solos a los niños en sus procesos lectores, una vez que han sido alfabetizados. Me preocupa la calidad de la lectura de este tipo de texto que, si bien no se hace denso, entraña cuestiones abstractas y desestructurantes que no siempre los pequeños lectores están en condiciones de asimilar.

Por otro lado, las iniciativas editoriales de este tipo se centran, sobre todo, en adultas con un papel relevante en la historia, o reconocidas en su profesión, o en el mundo del arte o la política. Esto invisibiliza a niñas y mujeres que desde pequeñas iniciativas en la cotidianidad de sus hogares, hasta proyectos locales, nos enseñan que no solo se trata de coincidir con una coyuntura heroica excepcional en la que dar la vida, sino que en el día a día y en nuestro propio entorno hay cosas que podemos hacer y marcan una diferencia.

Así identifiqué la necesidad de aprovechar no solo esos productos editoriales, sin dudas muy valiosos, sino también acompañarlos con historias de niñas y mujeres cuyo éxito radicara en el ámbito familiar, laboral o comunitario. Sospechaba ya, y pude comprobarlo en el taller, que estudiar esos modelos más cercanos y accesibles estimulaba más empatía a la hora de compartir nociones de responsabilidad, independencia, solidaridad, resiliencia, liderazgo y prácticas de crecimiento personal.

Cada niña armó un cuaderno manufacturado que recoge su experiencia del taller.

¿Cuáles historias de vida y biografías elegiste, finalmente?

En principio pensé en apoyarme más en los libros que tenía a mano, que eran los de la colección Antiprincesas publicados en Cuba, uno sobre Malala que había comprado en el extranjero y el Diario de Anna Frank, además de algún material que pudiera encontrar para ilustrar las posibilidades locales, menos conocidas que las de más amplio impacto, pero asimismo valiosas.

Con los libros enseguida empecé a enfrentar algunos problemas: solo tenía uno o dos ejemplares de cada uno y además las historias se hacían un poco largas para mantener la atención de las niñas. Terminé por preparar presentaciones de power point que resumieran las historias, aprovechando los momentos y las ilustraciones más impactantes. Eso me permitió hacer énfasis en algunos aspectos: por ejemplo, en la vida de Frida Kahlo puse mayor relevancia en las primeras etapas, para resaltar su resiliencia para salir adelante, pese a su temprana dificultad motora y su accidente en la adolescencia, en lugar de centrarme en la pintora famosa que llegó a ser.

No disponía de un data show, cargaba para la escuela con mi laptop, de modo que tuve que implementar algunas estrategias. Las diapositivas debían tener ilustraciones de gran tamaño y el texto más pequeño. Yo les leía la historia en voz alta. También, si lo tenía, les pasaba el libro al final para que lo hojearan. A veces ellas se entusiasmaban mucho y, cuando las historias iban ganando tensión, comenzaban a acercarse más y espontáneamente leían conmigo en voz alta. Recuerdo su exclamación de susto cuando le dispararon a Malala y luego su alivio cuando vieron que no había muerto.

También, en casos en que no tenía libros, preparé materiales con información que fui buscando en internet. Hice pequeñas reseñas sobre adolescentes como Greta Thunberg y su activismo a favor del medioambiente, o como Katie Stagliano, una joven estadounidense que desde niña lleva un huerto cuya producción dona a proyectos comunitarios.

Sobre Cuba, pude contar con algunos de los materiales comunicativos de la serie Inspiradoras, proyecto en que he trabajado como editora, sobre todo para mostrar la resiliencia ya a nivel comunitario y poner ejemplos de mujeres que trabajan en profesiones y oficios que suelen considerarse como masculinos.

La filosofía del reciclaje permitió aprovechar papel usado, cajas de cartón y hasta bolsillos de pantalones viejos, entre otros materiales.

¿La lectura fue tu única técnica de trabajo?

Traté de que el taller no se convirtiera en un círculo de estudio de Historia o Literatura, y lo acompañé de dinámicas lúdicas, no solo en torno a las biografías. Por ejemplo, ellas se involucraron mucho en una dinámica que llamamos “ir de compras”, en la cual tenían que escoger supuestos regalos para bebés de uno u otro sexo, o niños y niñas un poco mayores. Eso nos ayudó a comenzar a desmontar patrones que en ellas aún son fuertes, como la idea de que hay colores apropiados para niñas o para niños, o a quién se le regalan las herramientas de juguete y a quién la cocinita.

Un componente fuerte fueron las manualidades. Casi en cada sesión hacíamos alguna actividad gráfica o escrita e ilustrada, que servía para acercar las experiencias discutidas a la propia realidad de las niñas. Esto incluía la presentación de las participantes, algunas metas suyas, reflexiones sobre cómo lograrlas y qué podían aprender de las niñas y mujeres analizadas en el taller. Así fuimos juntando textos, dibujos, collages y otros materiales, hasta tener lo necesario para que cada una armara un cuaderno manufacturado con la experiencia del taller. Yo siempre me ocupé de los pasos riesgosos, como los cortes con cuchilla y la perforación con instrumentos punzantes para la encuadernación, y en esos casos ellas solo eligieron los materiales.

La elaboración del libro permitió un eje de reciclaje. Todo el papel empleado había sido usado antes por una cara. A veces me daba gracia ver las actividades de las niñas y, al dorso, páginas de mi tesis de doctorado o mi ejercicio de categoría docente en la Universidad. Todo el papel que ellas emplearon en borradores, ya escrito por ambas caras, lo guardamos para donarlo a un taller de papel manufacturado. Varias niñas consiguieron cajas de cartón para las tapas del libro, una trajo anillas de latas de refresco para hacer marcadores. Las contratapas tienen bolsillos de pantalones viejos. También usamos fragmentos de papeles de regalo ya viejos, cintas que habían sido de la abuela de una amiga mía e hilos de estambre que heredé de mi mamá.

El reciclaje me permitió trabajar en la conciencia de que hay muchas cosas reutilizables y que, al emplearlas, ahorramos en gastos y contribuimos con la ecología. También me permitió darle algo de sostenibilidad al proyecto. Para mí hubiera sido tremendamente costoso porque, aunque el Instituto de Literatura y Lingüística, donde trabajo, me permite emplear tiempo en este tipo de proyecto, no contaba con financiamiento de ninguna institución. Reciclando y reutilizando, creo que solo tuve que pagar por los materiales que imprimí y comprar el pegamento.

¿Por qué te involucras en ideas como esta, qué te moviliza? 

Como estudiosa de la literatura no se me exige trabajar con los lectores, sino con el discurso. Sin embargo, siento que mi trabajo estaría incompleto si no me acercara a ellos. Lo hago por sentido de responsabilidad social, aunque también es algo todavía más visceral. Soy mediadora de lectura casi desde que recuerdo. Con siete años empecé en el círculo de interés de Narración Oral del Departamento Juvenil de la Biblioteca Nacional y poco después, en su Taller Literario. Desde entonces he contado cuentos, he leído a otros, he recomendado libros. Luego he adaptado obras narrativas para teatro y he trabajado con títeres, he acompañado procesos lectores de niños de mi familia y de mis amigos, he hecho talleres en Cuba (desde el Instituto en que trabajo o en colaboración con la Facultad de Psicología), República Dominicana (como invitada de la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra) y en México (en el marco de la Feria Internacional del Libro Infantil y Juvenil). Soy miembro del Consejo Asesor de la Editorial Gente Nueva. También imparto un posgrado en Mediación de Literatura para Niños y Jóvenes en el Instituto de Literatura y Lingüística porque creo que la formación de mediadores es tan importante como la formación de lectores.

Ciertamente, este tipo de proyecto me resulta desgastante, sobre todo cuando lo hago sola y sin apoyo, pero siento que soy consecuente con lo que creo y eso me hace seguir emprendiendo este tipo de labor. Muchas veces he sentido la tentación de rendirme, pero persisto.

¿Trabajaste solo con niñas?

Desde el principio pensé en trabajar con niñas porque la mayoría de los materiales que encontré estaban concebidos para ellas. Sin embargo, luego de constatar que con esos materiales no tenía suficiente y haber visto que era viable trabajar con historias que yo misma encontrara, pienso que puedo trabajar también con niños, solo que en ese caso me gustaría incluir también biografías de varones. Los estereotipos, los proyectos de vida, la reflexión en torno a metas y cuestiones semejantes son asuntos que interesan a cualquier género. Seguramente se producirían debates muy útiles.

¿Sería válido replicar esta experiencia con personas adultas?

Creo que un taller como este tiene potencial también entre personas adultas. La literatura se interpreta al paso de las competencias y experiencias que uno tiene en el momento en que lee, y se sigue revisitando de distintas maneras cuando se recuerda o se vuelve a leer. Muchos hemos tenido la experiencia de haber leído varias veces un libro, quizá El principito es el ejemplo por excelencia, y haberle extraído algo nuevo o diferente de lo que pensamos antes. Por otro lado, las cuestiones de género están en la sociedad y a cualquier edad es provechoso discutirlas.

Fotos cortesía de la entrevistada.

Comments

  1. Excelente proyecto para promover la creatividad,lectura por placer y sobre todo un aprendizaje significativo que va más allá de lo cotidiano y adaptado al contexto social y cultural de nuestros estudiantes.

    Destaca su sentido de responsabilidad social y compromiso con la enseñanza.

    Bendiciones.

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